miércoles, 25 de junio de 2008

TORMENTA DE VERANO




“Cuando extiendas tus alas,
tus cruelísimas alas, y me hagas beber
de tu dura mejilla, sedúceme, te imploro.”
Ana Rossetti


El cielo
a punto
de caerse
es hielo y fuego
Sobre Salamanca
Sobre mi frente
Sobre mi sexo
Conozco yo estos signos
el que viene a devorarme
se avecina

espero y rezo:

que me sea dócil
que el grito que me saque el golpe
sea de gozo
y no de miedo
que nadie vea mi invierno
ni reconozca
en otros mi noche




De libro "Las ciudades / los súbditos" (inédito)

Fotografía: Luislis Morales Galindo.

lunes, 23 de junio de 2008

Reseña de "El amor tóxico" de Leonardo Padrón*



Leonardo Padrón ha acostumbrado a sus lectores a recibir libros compactos alrededor de un tema, libros definidos por la unidad. Sus dos últimos poemarios "Tatuaje" y "Bulevar", así lo demuestran. El primero, habla de las huellas quemadas en la piel de los habitantes de Caracas y el segundo, está paradójicamente fusionado alrededor de las diferencias de la ciudad y es carnestolendo como su nombre. En esta oportunidad, publica un nuevo poemario donde un único tema se desenrolla: "El amor tóxico" (2005).
El amor tóxico es un poemario sobre el amor, pero no de la celebración del amor, sino de su pasión, padecimiento que algunas veces es lento, otras, violento y siempre calcinante. Del amor nocivo, que envenena, habla este libro. Su epígrafe, de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, abre las puertas de la laceración que vive dentro: "Caer como un animal herido / en el lugar que iba a ser de revelaciones". Habla este epígrafe de descenso, condición trágica de quienes caen. Sólo se puede caer si estás en lo alto, esa es la desgracia, haber tocado lo grande y abandonarlo. Allí arriba algo grande, una verdad, ha de producirse, pero la caída te la niega. Así el amor, en su fase maldita, es la negación absoluta de todos los bienes.
El poema que le da título al libro se inicia con un epígrafe de Antonio Gamoneda: "La infección es más grande que la tristeza", porque el poema efectivamente habla de un amor infeccioso que, como una enfermedad, llega sin ser esperado: "El amor tóxico ocurre sin previo aviso" (p.26). Un amor que eleva y derrumba:



"te hace feliz y momentáneo
te humilla en el poniente" (p. 26).


Un amor de vaivenes prolongados en el dolor. Que te mata lentamente, sin terminar de matarte:


"Insiste,
como la luz de los imanes.
Para que nadie descanse en paz" (p.27)



El amor tóxico es, como lo pintara Ovidio, una enfermedad. "¿Cómo vencer la lepra del deseo?" (p.7), se pregunta el poeta y la respuesta es el libro: escribiéndole poesía, no al otro que ha partido, sino a la llaga que ha dejado su ausencia.



traigo voces negras y musas altas,
idiomas que acusan al amor de tanta gripe en el mundo
traigo un lápiz blanco
no para escribir
no para salvarme
sólo para borrar
este desastre que soy sin tu nombre. (p.46)



La laceración del amor, su derrumbe, sucede porque antes, donde ahora queda dolor, habitaba la exaltación del amor:


Yo escribía.
Rezaba poemas.
Atendía el teléfono y lograba ternuras
Escuchaba pájaros y noticias.
Era simple como un graffiti.
Yo daba discursos al pie de los desahuciados.
Jugaba como un mamífero sin sexo.
Bailaba en las terrazas con mi nariz eufórica.
Era el héroe de mi urbanización.
Era mejor.
Andaba.
En ti. (p.6)


De allí, que en este libro el amor, como bien lo anticipa el epígrafe de Pizarnik, sea una tragedia: caída inexorable. Y nos aclara un gran misterio: ¿Por qué hay tan pocos libros sobre la felicidad de amar?


Así el amor.
Hay uno bueno y uno malo.
Pero sólo uno es turbulencia. (p. 11)


Pero, la tragedia es también la necesidad acuciante de retornar al estado anterior y no hallarlo. Porque el amor tóxico como el colesterol malo invade venas y arterias y "mata con mucha muerte"(p.11). Siendo así que, como en los boleros, la salvación es el olvido y como tarea de año nuevo (la gran oportunidad de redención que renovamos anualmente) el poeta se propone olvidar.
Este es un poemario con un lenguaje llano, sencillo, sin grandilocuencia. Se permite incluso introducir escatologías: "El poema que se joda" (p. 59) o


"Dicen que no hay poemas donde quepa el odio.
Que la belleza ennoblece el rencor.
Mierda pura." (p.41)


Se permite también introducir objetos de la vulgar cotidianidad, como un Plagatox. Todo ello, sin comprometer su profundidad poética fundada en imágenes cuya densidad emocional explosionan al poema de sentidos y fundada además sobre un ritmo preciso, bien cuidado y por momentos avasallante:


Y yo lavo sus labios con los míos
río su risa
me muslo en su muslo
me caballo en su pasto
me mordisco en su jadeo
soy noviembre en su virgo
amanezco en su pulmones
Y ella me besa al revés
me oreja el ojo
me física la química
me vuelve olfato y pezón
me roza, me tienta, me aúlla
me hunde en su boca
es pájaro en mi semilla
fiesta en mi cuchillo (p. 32)


Nos ha regalado Padrón un poemario de belleza cotidiana, tan cotidiana como un despecho, aunque éste siempre es nuevo y fulminante, por supuesto para quien lo sufre. Nos ha regalado un poemario para gente común que se enferma de amor y reconoce su padecimiento en el texto del otro que, como yo, sufre. Un texto sencillo y hermoso, capaz de poner a la poesía a caminar por las calles de la ciudad, a salvo de las academias, de las mesas de los críticos y del bisturí del analista.


Padrón, Leonardo (2005). El amor tóxico. Caracas: Bid & co editor.
*Esta reseña está publicada en: PADRON, Leonardo y MORALES GALINDO, Luislis. El amor tóxico. Letras, 2006, vol.48, no.72, p.349-363. ISSN 0459-1283.

PARTE DE GUERRA


Me declaro sin fuerzas para amarte
Me declaro incompetente
Convencional
Reaccionaria
Débil mental
Más que ridícula

Me declaro puta insomne
pura hambre revertida
trepándose por tus ramas

Me declaro tu despojo

izo un sostén blanco
encadenado a mi garganta

Me declaro perdedora
descalabro
sin piel para tus cañones
sin ojos sin ungüentos
sin trinchera

Me declaro en bancarrota
nuevamente adolescente
virgen
torpe
claudicada

ME DECLARO EN VENTA
Del libro "Crónicas del Exilio" (2004)
Imagen: "Me declaro en venta" Acrílico sobre tela de Ricardo Ruiz.
Interpretación plástica del poema hecha para la exposición "Palabras Modeladas" (Caracas, 2002)

viernes, 20 de junio de 2008

Bonsái de Alejandro Zambra*




La exhibición de equilibrio que hace Alejandro Zambra entre sus dos libros de poesía: Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003) y sus dos libros de prosa: Bonsái (2006) y La vida privada de los árboles (2007) es sólo aparente. Una sutil tensión genérica persiste en su obra. Su prosa es parca y limpia como un poema y su poesía discurre en el tono cotidiano de la prosa.
La contundencia de su novela “Bonsái” tiene base en su ligereza. Se trata de una historia simple, plena de gestos cotidianos, pero que como obra se despoja de atavíos inútiles en el primer párrafo: “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura:…” El fingidor no está interesado en ocultar que es tal y coloca, así, en suspenso el pacto ficcional. Lo seductor de este primer párrafo que sorprende y atrapa al lector es la invitación a la lectura de una novela y de su reverso.
Bonsái, la novela, es una metáfora de un Bonsái, el árbol. Como un árbol en una pequeña bandeja, se desarrolla una historia en un número limitado de páginas. Pero el árbol y la historia -porque ninguno de los dos acontece espontáneamente dentro de estos recipientes- tienden a crecer y extenderse desordenadamente según su naturaleza, he allí donde el escritor-cultivador actúa, podando, alambrando y poniendo pinzas para que el árbol y el libro sean lo que él ha previsto.
Bonsái, la novela, es como el bonsái, el árbol, un objeto-artificio producto de la atenta observación de un proyecto y de la manipulación de su materia con fines precisos. Hasta acá, todo está dentro de lo que sabemos es el oficio del escritor y; sin embargo, hay en la novela la instigación a violar una regla fundamental para el abordaje de un texto narrativo: la “suspensión de la incredulidad”. El narrador deja, intencionadamente, rendijas abiertas en las que se puede descubrir el andamiaje de la construcción de la obra. Estos intersticios parecen decirle al lector que, probablemente, con esta historia conviene seguir siendo incrédulo.
Zambra habla en sus entrevistas de que los escritores son seres anormales que comparten problemas de la misma naturaleza con las palabras. Bonsái es una metáfora, simple, y por simple, hermosa, de la creación poética en sí misma. No soy una lectora aguda, este libro es honesto, hasta la impudicia. Así se revela en el texto: “Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái, piensa Julio.”
La segunda novela de Zambra, “La vida privada de los árboles”, se mantiene dentro del juego, como una matrioska se abre y en ella, entre otras cosas, se cuenta la historia de la creación de una novela de muy pocas páginas, que probablemente se llama “Bonsái” y que “es una historia de amor, nada demasiado particular”
Ya lo dijo Antonio Lobo Antunes: «escribir no tiene misterio, lo difícil no es eso, sino corregir, porque no hay profundidad ninguna, sino infinitas superficies».
Zambra, Alejandro (2006) Bonsái. Madrid: Anagrama.
-------------------(2007) La vida privadade los árboles. Madrid: Anagrama.
*Esta presentación fue leida (con el privilegio de estar sentada junto al autor) el miércoles 4 de junio en el Aula Magna de la Universidad de Salamanca en el marco del evento "De Huidobro a Bolaño: un siglo de vanguardias chilenas en España"

jueves, 19 de junio de 2008

UNIPERSONAL




Caminarte Caracas
reelegirte
ciudad de mis disturbios

Soy en ti
permanente tránsfuga
turista perdida
vicio
expiación



Del libro "Las ciudades / los súbditos" (inédito)

miércoles, 18 de junio de 2008

Reseña de "Crónicas del Exilio" por Gregory Zambrano


CRÓNICAS DEL EXILIO[1] *

Gregory Zambrano

El mito es el principio de la creencia. Es necesario creer que en el relato de los orígenes está la verdad, la que antecede a la escritura, a la historia. La palabra es logos, reliquia que se queda resguardada por los siglos y como un espejo sigue revelando el rostro de lo que somos, un palimpsesto de amores y desafueros. Cuando nos adentramos en los textos de Crónicas del exilio, inmediatamente, en la primera referencia, en el primer sintagma, nos encontramos con esa traza del mito que se hace evocación de la palabra, transmutación de historias, de eterno retorno de espacios y tiempos.
Este libro de Luislis Morales Galindo, se organiza como una red bien pensada, estructurada y dialogante en sus partes constitutivas: “Mitos”, “Exilios” y “Prisionero del viaje”, esta última parte, compuesta por cinco fragmentos sirve como corolario de un recorrido heteróclito por la cultura de Occidente, por el delirio solitario, por los linderos de una memoria a ratos silenciosa, a ratos iluminada, a veces verso y anverso de la soledad.
Parecería demasiado azaroso creer que este libro, sea el primero de su autora. No es un libro de principiante, sino al contrario, es la suma de palabras decantadas, seguras, la elección de cada vocablo, su espacialidad, su ritmo se encuentran articulados cuidadosamente. El libro confirma no sólo un oficio sino una senda transitada. Cuando se dice por las calles de la crítica literaria, que los escritores se parecen más a su tradición que a sus propios padres, se está diciendo que en cada libro subyacen todos los libros que le anteceden. Eso que Picón-Salas llamaba tradición dinámica y que no es otra cosa que la fijación proactiva de todo lo que nos habla desde el fondo de nuestra memoria, para enseñarnos las claves que permiten la legibilidad del mundo, y nos enseña, nos sigue dando su porción de herencias. Para ello el verso convoca la carnadura de la palabra, esa palabra que la poeta evoca y convoca para conjurar los extravíos.
En esta oportunidad, cuando comparto colectivamente la lectura de estos versos, que beben de profundas e imantadas fuentes, me gustaría hacer un homenaje a todas las voces —las de la tribu— que en los predios de la poesía dulcifican la incertidumbre, el desencanto, la fatiga de la vigilia. Con Orfeo nos sumergimos en la fuente primordial del canto, pero también en el significado de la pérdida. Esta versión de Luislis presupone la voz femenina, Eurídice sorprendida, llamando al segundo intento, para apaciguar la espera: Y si el deseo te escama la espalda/ Claudícate y húndete/ pero/ bebe del pozo sin saciarte. Decía el poeta apócrifo Uno Ahl, que sólo el deseo es eterno. Y allí siempre estará la traza del deseo circular, que se impone sin saciarse: No siempre hay que arder/ aunque estás en el infierno.
Suma de tradiciones, la palabra poética transgrede los órdenes filosóficos, los tiempos, las geografías. El I Ching es convocado ante un acto de adivinación. En el poema “Teseo ante el Oráculo”, se impone la incertidumbre, la eterna pregunta, el silencio. Siempre habrá un laberinto, sin hilo de Ariadna que invoque el camino. Perderse en el laberinto es la condena. En el enigma de la palabra yace la belleza profunda, la múltiple opción de indagar, de perderse; la atracción íntima de atreverse a avanzar sobre las fronteras de lo denotativo. Esa es la esencia de la poesía: su carácter múltiple, resbaladizo, retador.
Más allá de los referentes culturales, que se revelan una vez franqueado el vestíbulo evocador de Crónicas del exilio, se va tejiendo una delgada línea por la que se cuela una voz quizás demasiado segura de su derrotero. Remedios la bella, para quien no fue dable el amor, respira entre fantasmas, los mismos que parecen colarse entre los muros de las casas viejas, que sólo sirven para ser saqueadas/ para hacer el amor/ para guardar un secreto.
En la segunda parte del libro, titulada "Exilios", la voz, el tono y la forma adquieren otra apariencia. Los temas se fincan en la incertidumbre cotidiana; el juego de la guerra que acaba quemando el futuro en esa especie de condena que implica comenzar cada día, la tarea de destrucción como un principio perpetuo. "Parte de guerra" es una declaración de impotencia ante la fuerza lacerante del amor. Es grito, es despojo, es irreverencia. En estos versos habita una voz insomne, desahuciada. El juego de palabras construye una paradoja de la existencia, desde la muerte, la destrucción, el caos. El tono vivificador del mito se torna ahora negación del poder evocador de una tradición traída a conciencia por la palabra.
La realidad parece inexorable, y es una forma de fingir la rabia para no darle cabida confiada a la muerte. Esta teleología, fin último, omega presentido, nos devuelve imágenes de espejos donde habitan mundos posibles, más luminosos, que éste que nos consume. Sin embargo, nada parece mitigar aquella rabia, aquella sensación de ingrimitud que se cierne sobre un lenguaje desnudo, que no tiene otra opción más allá de develar las abyecciones del día a día, allí donde el lugar del alma está ocupado y consumido por una perpetua purulencia. Destrucción, fatalidad, son los elementos por los que decanta la conciencia de presente. ¿Por qué ya no hay espacio para la esperanza o como dirían los más osados, para la utopía? Demasiado humano ese corazón que se hace preguntas para el monologar despavorido. Luego, viene al acecho un mundo de sombras, un tránsito desolado donde apenas caben las preguntas. Y para no morir del todo, "Prisionero del viaje", recuenta la fábula de los sueños, el vértigo de los recuerdos, la vitalidad recuperada. Un pacto con la vida, se suspende como reafirmación del optimismo perdido, el descenso al averno, la purificación, la búsqueda de asideros, nuevamente la certeza necesaria: El que se pierde/ llora/ piensa en los lobos que lo engullirán/ cada noche/ atraídos por su desamparo. Luego la clave, la búsqueda de un centro, no necesariamente un equilibrio, ese que pueda ir de la resignación al optimismo. Navegar, irse, no detener la marcha, es afincarse en la margen de un río que fluye incesantemente —como el río de Heráclito— que revela al hombre que ya no será el mismo luego de estar entre los dos márgenes de la corriente. Al final, la certeza de la marcha de los días, que lleva a la voz poética a asumirse como el navegante perpetuo, el prisionero del viaje.
Estas tantas imágenes, universos, enigmas, que nos obsequia el libro de Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, me ha hecho sentir un lector privilegiado y ahora digo sus versos en alta voz para que sus palabras, las de Luislis, sigan resonando en estas paredes, en este lugar de la memoria, en este espacio que tiene la esencia del mar y de los peces, para que nos acompañe en el fluir, en este imperativo viaje que nos invita a la vigilia, a estar atentos, y nos proporciona atajos para hallar las certezas, pero también nos envuelve en los enigmas.
Su viaje lleva la palabra atada al mástil de los sueños, pero su fuerza nos deslumbra más aún en la vigilia. Con sus versos nos dice, mostrándonos el camino, que la vida es un río; por eso se impone el movimiento, por eso lo mejor es estar de paso, siempre de paso.

[1]Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, Fundación Cultural Josefa Camejo-Fundación Literaria León Bienvenido Weffer-Conac, Mérida, 2004, 79 páginas.



*Publicado en: Poda (Mérida), núm. 2, 2005, pp. 93-94.

PERSÉFONE



Ella mira el cuadro rojo sangrante
piensa en las mañanas de octubre
que no se deciden
a ser frías o cálidas

Como ella
que no sabe donde está
ni de donde ha venido
que lo espera
dócil - agresiva
sangrando desde el cuadro





Del libro "Crónicas del Exilio" (2004)

Imagen: "Prosérpina" Óleo sobre tela de Dante Gabriel Rossetti

ORFEO









Esos malvados amores que matan
son los únicos que hacen de veras vivir
Fernando Savater

Y si el deseo te escama la espalda
Claudica y Húndete
Pero
bebe del pozo sin saciarte

Cuando arribe el olvido
Podrás (r)evocarme provincia por provincia
desandar cada olor hasta su origen
cada aliento hasta su grito

No siempre hay que arder
aunque estás en el infierno




Del libro "Crónicas del Exilio" (2004)
Imagen: Cartel del film "Orfeu negro" de Marcel Camus

Las Ciudades Invisibles


El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

Italo Calvino


Este fragmento de ese hermoso libro que es "Las Ciudades Invisibles" es el epígrafe que abre mi libro de poemas "Crónicas del Exilio" y es para mí como un mantra que me acompaña y me vigila.
Imagen: Tabla del infierno de la obra "El jardín de las delicias" de El Bosco.