CRÓNICAS DEL EXILIO[1] *
Gregory Zambrano
El mito es el principio de la creencia. Es necesario creer que en el relato de los orígenes está la verdad, la que antecede a la escritura, a la historia. La palabra es logos, reliquia que se queda resguardada por los siglos y como un espejo sigue revelando el rostro de lo que somos, un palimpsesto de amores y desafueros. Cuando nos adentramos en los textos de Crónicas del exilio, inmediatamente, en la primera referencia, en el primer sintagma, nos encontramos con esa traza del mito que se hace evocación de la palabra, transmutación de historias, de eterno retorno de espacios y tiempos.
Este libro de Luislis Morales Galindo, se organiza como una red bien pensada, estructurada y dialogante en sus partes constitutivas: “Mitos”, “Exilios” y “Prisionero del viaje”, esta última parte, compuesta por cinco fragmentos sirve como corolario de un recorrido heteróclito por la cultura de Occidente, por el delirio solitario, por los linderos de una memoria a ratos silenciosa, a ratos iluminada, a veces verso y anverso de la soledad.
Parecería demasiado azaroso creer que este libro, sea el primero de su autora. No es un libro de principiante, sino al contrario, es la suma de palabras decantadas, seguras, la elección de cada vocablo, su espacialidad, su ritmo se encuentran articulados cuidadosamente. El libro confirma no sólo un oficio sino una senda transitada. Cuando se dice por las calles de la crítica literaria, que los escritores se parecen más a su tradición que a sus propios padres, se está diciendo que en cada libro subyacen todos los libros que le anteceden. Eso que Picón-Salas llamaba tradición dinámica y que no es otra cosa que la fijación proactiva de todo lo que nos habla desde el fondo de nuestra memoria, para enseñarnos las claves que permiten la legibilidad del mundo, y nos enseña, nos sigue dando su porción de herencias. Para ello el verso convoca la carnadura de la palabra, esa palabra que la poeta evoca y convoca para conjurar los extravíos.
En esta oportunidad, cuando comparto colectivamente la lectura de estos versos, que beben de profundas e imantadas fuentes, me gustaría hacer un homenaje a todas las voces —las de la tribu— que en los predios de la poesía dulcifican la incertidumbre, el desencanto, la fatiga de la vigilia. Con Orfeo nos sumergimos en la fuente primordial del canto, pero también en el significado de la pérdida. Esta versión de Luislis presupone la voz femenina, Eurídice sorprendida, llamando al segundo intento, para apaciguar la espera: Y si el deseo te escama la espalda/ Claudícate y húndete/ pero/ bebe del pozo sin saciarte. Decía el poeta apócrifo Uno Ahl, que sólo el deseo es eterno. Y allí siempre estará la traza del deseo circular, que se impone sin saciarse: No siempre hay que arder/ aunque estás en el infierno.
Suma de tradiciones, la palabra poética transgrede los órdenes filosóficos, los tiempos, las geografías. El I Ching es convocado ante un acto de adivinación. En el poema “Teseo ante el Oráculo”, se impone la incertidumbre, la eterna pregunta, el silencio. Siempre habrá un laberinto, sin hilo de Ariadna que invoque el camino. Perderse en el laberinto es la condena. En el enigma de la palabra yace la belleza profunda, la múltiple opción de indagar, de perderse; la atracción íntima de atreverse a avanzar sobre las fronteras de lo denotativo. Esa es la esencia de la poesía: su carácter múltiple, resbaladizo, retador.
Más allá de los referentes culturales, que se revelan una vez franqueado el vestíbulo evocador de Crónicas del exilio, se va tejiendo una delgada línea por la que se cuela una voz quizás demasiado segura de su derrotero. Remedios la bella, para quien no fue dable el amor, respira entre fantasmas, los mismos que parecen colarse entre los muros de las casas viejas, que sólo sirven para ser saqueadas/ para hacer el amor/ para guardar un secreto.
En la segunda parte del libro, titulada "Exilios", la voz, el tono y la forma adquieren otra apariencia. Los temas se fincan en la incertidumbre cotidiana; el juego de la guerra que acaba quemando el futuro en esa especie de condena que implica comenzar cada día, la tarea de destrucción como un principio perpetuo. "Parte de guerra" es una declaración de impotencia ante la fuerza lacerante del amor. Es grito, es despojo, es irreverencia. En estos versos habita una voz insomne, desahuciada. El juego de palabras construye una paradoja de la existencia, desde la muerte, la destrucción, el caos. El tono vivificador del mito se torna ahora negación del poder evocador de una tradición traída a conciencia por la palabra.
La realidad parece inexorable, y es una forma de fingir la rabia para no darle cabida confiada a la muerte. Esta teleología, fin último, omega presentido, nos devuelve imágenes de espejos donde habitan mundos posibles, más luminosos, que éste que nos consume. Sin embargo, nada parece mitigar aquella rabia, aquella sensación de ingrimitud que se cierne sobre un lenguaje desnudo, que no tiene otra opción más allá de develar las abyecciones del día a día, allí donde el lugar del alma está ocupado y consumido por una perpetua purulencia. Destrucción, fatalidad, son los elementos por los que decanta la conciencia de presente. ¿Por qué ya no hay espacio para la esperanza o como dirían los más osados, para la utopía? Demasiado humano ese corazón que se hace preguntas para el monologar despavorido. Luego, viene al acecho un mundo de sombras, un tránsito desolado donde apenas caben las preguntas. Y para no morir del todo, "Prisionero del viaje", recuenta la fábula de los sueños, el vértigo de los recuerdos, la vitalidad recuperada. Un pacto con la vida, se suspende como reafirmación del optimismo perdido, el descenso al averno, la purificación, la búsqueda de asideros, nuevamente la certeza necesaria: El que se pierde/ llora/ piensa en los lobos que lo engullirán/ cada noche/ atraídos por su desamparo. Luego la clave, la búsqueda de un centro, no necesariamente un equilibrio, ese que pueda ir de la resignación al optimismo. Navegar, irse, no detener la marcha, es afincarse en la margen de un río que fluye incesantemente —como el río de Heráclito— que revela al hombre que ya no será el mismo luego de estar entre los dos márgenes de la corriente. Al final, la certeza de la marcha de los días, que lleva a la voz poética a asumirse como el navegante perpetuo, el prisionero del viaje.
Estas tantas imágenes, universos, enigmas, que nos obsequia el libro de Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, me ha hecho sentir un lector privilegiado y ahora digo sus versos en alta voz para que sus palabras, las de Luislis, sigan resonando en estas paredes, en este lugar de la memoria, en este espacio que tiene la esencia del mar y de los peces, para que nos acompañe en el fluir, en este imperativo viaje que nos invita a la vigilia, a estar atentos, y nos proporciona atajos para hallar las certezas, pero también nos envuelve en los enigmas.
Su viaje lleva la palabra atada al mástil de los sueños, pero su fuerza nos deslumbra más aún en la vigilia. Con sus versos nos dice, mostrándonos el camino, que la vida es un río; por eso se impone el movimiento, por eso lo mejor es estar de paso, siempre de paso.
[1]Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, Fundación Cultural Josefa Camejo-Fundación Literaria León Bienvenido Weffer-Conac, Mérida, 2004, 79 páginas.
Gregory Zambrano
El mito es el principio de la creencia. Es necesario creer que en el relato de los orígenes está la verdad, la que antecede a la escritura, a la historia. La palabra es logos, reliquia que se queda resguardada por los siglos y como un espejo sigue revelando el rostro de lo que somos, un palimpsesto de amores y desafueros. Cuando nos adentramos en los textos de Crónicas del exilio, inmediatamente, en la primera referencia, en el primer sintagma, nos encontramos con esa traza del mito que se hace evocación de la palabra, transmutación de historias, de eterno retorno de espacios y tiempos.
Este libro de Luislis Morales Galindo, se organiza como una red bien pensada, estructurada y dialogante en sus partes constitutivas: “Mitos”, “Exilios” y “Prisionero del viaje”, esta última parte, compuesta por cinco fragmentos sirve como corolario de un recorrido heteróclito por la cultura de Occidente, por el delirio solitario, por los linderos de una memoria a ratos silenciosa, a ratos iluminada, a veces verso y anverso de la soledad.
Parecería demasiado azaroso creer que este libro, sea el primero de su autora. No es un libro de principiante, sino al contrario, es la suma de palabras decantadas, seguras, la elección de cada vocablo, su espacialidad, su ritmo se encuentran articulados cuidadosamente. El libro confirma no sólo un oficio sino una senda transitada. Cuando se dice por las calles de la crítica literaria, que los escritores se parecen más a su tradición que a sus propios padres, se está diciendo que en cada libro subyacen todos los libros que le anteceden. Eso que Picón-Salas llamaba tradición dinámica y que no es otra cosa que la fijación proactiva de todo lo que nos habla desde el fondo de nuestra memoria, para enseñarnos las claves que permiten la legibilidad del mundo, y nos enseña, nos sigue dando su porción de herencias. Para ello el verso convoca la carnadura de la palabra, esa palabra que la poeta evoca y convoca para conjurar los extravíos.
En esta oportunidad, cuando comparto colectivamente la lectura de estos versos, que beben de profundas e imantadas fuentes, me gustaría hacer un homenaje a todas las voces —las de la tribu— que en los predios de la poesía dulcifican la incertidumbre, el desencanto, la fatiga de la vigilia. Con Orfeo nos sumergimos en la fuente primordial del canto, pero también en el significado de la pérdida. Esta versión de Luislis presupone la voz femenina, Eurídice sorprendida, llamando al segundo intento, para apaciguar la espera: Y si el deseo te escama la espalda/ Claudícate y húndete/ pero/ bebe del pozo sin saciarte. Decía el poeta apócrifo Uno Ahl, que sólo el deseo es eterno. Y allí siempre estará la traza del deseo circular, que se impone sin saciarse: No siempre hay que arder/ aunque estás en el infierno.
Suma de tradiciones, la palabra poética transgrede los órdenes filosóficos, los tiempos, las geografías. El I Ching es convocado ante un acto de adivinación. En el poema “Teseo ante el Oráculo”, se impone la incertidumbre, la eterna pregunta, el silencio. Siempre habrá un laberinto, sin hilo de Ariadna que invoque el camino. Perderse en el laberinto es la condena. En el enigma de la palabra yace la belleza profunda, la múltiple opción de indagar, de perderse; la atracción íntima de atreverse a avanzar sobre las fronteras de lo denotativo. Esa es la esencia de la poesía: su carácter múltiple, resbaladizo, retador.
Más allá de los referentes culturales, que se revelan una vez franqueado el vestíbulo evocador de Crónicas del exilio, se va tejiendo una delgada línea por la que se cuela una voz quizás demasiado segura de su derrotero. Remedios la bella, para quien no fue dable el amor, respira entre fantasmas, los mismos que parecen colarse entre los muros de las casas viejas, que sólo sirven para ser saqueadas/ para hacer el amor/ para guardar un secreto.
En la segunda parte del libro, titulada "Exilios", la voz, el tono y la forma adquieren otra apariencia. Los temas se fincan en la incertidumbre cotidiana; el juego de la guerra que acaba quemando el futuro en esa especie de condena que implica comenzar cada día, la tarea de destrucción como un principio perpetuo. "Parte de guerra" es una declaración de impotencia ante la fuerza lacerante del amor. Es grito, es despojo, es irreverencia. En estos versos habita una voz insomne, desahuciada. El juego de palabras construye una paradoja de la existencia, desde la muerte, la destrucción, el caos. El tono vivificador del mito se torna ahora negación del poder evocador de una tradición traída a conciencia por la palabra.
La realidad parece inexorable, y es una forma de fingir la rabia para no darle cabida confiada a la muerte. Esta teleología, fin último, omega presentido, nos devuelve imágenes de espejos donde habitan mundos posibles, más luminosos, que éste que nos consume. Sin embargo, nada parece mitigar aquella rabia, aquella sensación de ingrimitud que se cierne sobre un lenguaje desnudo, que no tiene otra opción más allá de develar las abyecciones del día a día, allí donde el lugar del alma está ocupado y consumido por una perpetua purulencia. Destrucción, fatalidad, son los elementos por los que decanta la conciencia de presente. ¿Por qué ya no hay espacio para la esperanza o como dirían los más osados, para la utopía? Demasiado humano ese corazón que se hace preguntas para el monologar despavorido. Luego, viene al acecho un mundo de sombras, un tránsito desolado donde apenas caben las preguntas. Y para no morir del todo, "Prisionero del viaje", recuenta la fábula de los sueños, el vértigo de los recuerdos, la vitalidad recuperada. Un pacto con la vida, se suspende como reafirmación del optimismo perdido, el descenso al averno, la purificación, la búsqueda de asideros, nuevamente la certeza necesaria: El que se pierde/ llora/ piensa en los lobos que lo engullirán/ cada noche/ atraídos por su desamparo. Luego la clave, la búsqueda de un centro, no necesariamente un equilibrio, ese que pueda ir de la resignación al optimismo. Navegar, irse, no detener la marcha, es afincarse en la margen de un río que fluye incesantemente —como el río de Heráclito— que revela al hombre que ya no será el mismo luego de estar entre los dos márgenes de la corriente. Al final, la certeza de la marcha de los días, que lleva a la voz poética a asumirse como el navegante perpetuo, el prisionero del viaje.
Estas tantas imágenes, universos, enigmas, que nos obsequia el libro de Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, me ha hecho sentir un lector privilegiado y ahora digo sus versos en alta voz para que sus palabras, las de Luislis, sigan resonando en estas paredes, en este lugar de la memoria, en este espacio que tiene la esencia del mar y de los peces, para que nos acompañe en el fluir, en este imperativo viaje que nos invita a la vigilia, a estar atentos, y nos proporciona atajos para hallar las certezas, pero también nos envuelve en los enigmas.
Su viaje lleva la palabra atada al mástil de los sueños, pero su fuerza nos deslumbra más aún en la vigilia. Con sus versos nos dice, mostrándonos el camino, que la vida es un río; por eso se impone el movimiento, por eso lo mejor es estar de paso, siempre de paso.
[1]Luislis Morales Galindo, Crónicas del exilio, Fundación Cultural Josefa Camejo-Fundación Literaria León Bienvenido Weffer-Conac, Mérida, 2004, 79 páginas.
*Publicado en: Poda (Mérida), núm. 2, 2005, pp. 93-94.