Este poemario tiene desde su título un motivo manifiesto: hacer la exaltación de un territorio. El contenido, es decir Caricuao, se hace continente, gracias al apelativo D.F. y queda realzado a la condición de la capital.
Caricuao es una de las 22 parroquias de Caracas. Está ubicada al oeste de la ciudad, pero separada en cierto modo de ella por una suerte de frontera vital que va más allá de ser una delimitación simplemente administrativa. Para llegar a Caricuao hay que recorrer la distancia que separa el valle de la montaña, hay que ascender hasta internarse en lo verde, que no exento de contradicciones sociales, está asentado en un espacio imaginaria y humanamente soñado a un nivel distinto que el de la ciudad. No es casual, que Caricuao sea una fuente extraordinaria de importantes iniciativas y movimientos artísticos.
Las marcas de identidad de Caricuao están inscritas en un tempo que discurre a un ritmo más cercano al de los pueblos que al de la impenitente urbe. Y aún así, Caricuao no deja de ser urbano y cosmopolita. Ese tempo es el que late en la palabra de Daniel Molina.
En su poemario, no se describe una identidad territorial, sino un espacio con el que el hablante está substancialmente imbricado, unido por la traza de una memoria anterior a su propia existencia.
Caricuao es, en palabras del poeta, una “ciudad isla”, la consecuencia de su aislamiento es la soledad y que todo, incluido el hablante, está envuelto en un silencio acuciante pero no angustioso. Puede que sea el silencio que precede todos los orígenes.
Caricuao es también para el poeta una ciudad orgánica, “cuyas raíces brotan de la tierra” y este movimiento creciente invade todo a su alrededor, volcándolo, cual fuerza centrípeta, hacia adentro. Así, en el texto, las imágenes se van constriñendo, de la ciudad a sus edificios, de los edificios a las habitaciones, de las habitaciones a las puertas, de las puertas al hombre, del hombre a su nostalgia.
Por este mecanismo sencillo, pero no simple, que va del todo a las partes, Caricuao no es nombrado nunca como totalidad. El poema (el gran poema) es un collage hecho a partir de fotografías de detalles: la humedad de las paredes, un carro que deja estelas por el camino, un apartamento silencioso, la torre roja que se divisa a lo lejos, el ferrocarril metropolitano (una bella manera de llamar al metro), los pájaros en el tendedero, etc.
Cada parte es un elemento que se suma a la “gramática secreta”, como la llama el poeta, con la que el lector puede armar el gran rompecabezas del sentido. Por esta vía, se comprende que Caricuao, pese a su real identidad geográfica, es, dentro del libro, un territorio cósmico sentimental, una ciudad arquetipo que todo lo abarca, donde dios se insinúa en la naturaleza omnipresente, donde lo demoníaco se manifiesta en el asesino y la basura, donde el hombre es el eje de una balanza que sopesa lo uno y lo múltiple entre la ingravidez de su memoria y el lastre de su soledad.
Caricuao es una de las 22 parroquias de Caracas. Está ubicada al oeste de la ciudad, pero separada en cierto modo de ella por una suerte de frontera vital que va más allá de ser una delimitación simplemente administrativa. Para llegar a Caricuao hay que recorrer la distancia que separa el valle de la montaña, hay que ascender hasta internarse en lo verde, que no exento de contradicciones sociales, está asentado en un espacio imaginaria y humanamente soñado a un nivel distinto que el de la ciudad. No es casual, que Caricuao sea una fuente extraordinaria de importantes iniciativas y movimientos artísticos.
Las marcas de identidad de Caricuao están inscritas en un tempo que discurre a un ritmo más cercano al de los pueblos que al de la impenitente urbe. Y aún así, Caricuao no deja de ser urbano y cosmopolita. Ese tempo es el que late en la palabra de Daniel Molina.
En su poemario, no se describe una identidad territorial, sino un espacio con el que el hablante está substancialmente imbricado, unido por la traza de una memoria anterior a su propia existencia.
Caricuao es, en palabras del poeta, una “ciudad isla”, la consecuencia de su aislamiento es la soledad y que todo, incluido el hablante, está envuelto en un silencio acuciante pero no angustioso. Puede que sea el silencio que precede todos los orígenes.
Caricuao es también para el poeta una ciudad orgánica, “cuyas raíces brotan de la tierra” y este movimiento creciente invade todo a su alrededor, volcándolo, cual fuerza centrípeta, hacia adentro. Así, en el texto, las imágenes se van constriñendo, de la ciudad a sus edificios, de los edificios a las habitaciones, de las habitaciones a las puertas, de las puertas al hombre, del hombre a su nostalgia.
Por este mecanismo sencillo, pero no simple, que va del todo a las partes, Caricuao no es nombrado nunca como totalidad. El poema (el gran poema) es un collage hecho a partir de fotografías de detalles: la humedad de las paredes, un carro que deja estelas por el camino, un apartamento silencioso, la torre roja que se divisa a lo lejos, el ferrocarril metropolitano (una bella manera de llamar al metro), los pájaros en el tendedero, etc.
Cada parte es un elemento que se suma a la “gramática secreta”, como la llama el poeta, con la que el lector puede armar el gran rompecabezas del sentido. Por esta vía, se comprende que Caricuao, pese a su real identidad geográfica, es, dentro del libro, un territorio cósmico sentimental, una ciudad arquetipo que todo lo abarca, donde dios se insinúa en la naturaleza omnipresente, donde lo demoníaco se manifiesta en el asesino y la basura, donde el hombre es el eje de una balanza que sopesa lo uno y lo múltiple entre la ingravidez de su memoria y el lastre de su soledad.
*Molina, Daniel (2002) Caricuao, D.F. Caracas: Fondo Editorial Fundarte